La victoria 4-2 ante el Alávés demostró que el equipo tiene vida. Y esa es la única buena noticia procedente del Real Zaragoza en los últimos tiempos. Digamos que la única que verdaderamente interesa, la única que es indispensable para que el fútbol pueda seguir vivo en el futuro. El equipo no puede caerse, sus constantes vitales deben estar siempre dentro de unos mínimos de supervivencia en la clasificación, sin riesgo de tirar la temporada por la borda en ningún momento. Este dato fundamental debería ser siempre así en un equipo grande como es el Real Zaragoza que quiere volver cuanto antes a la elite. Pero lo es mucho más ahora mismo, cuando el envoltorio que rodea al equipo (entiéndase por equipo a jugadores, técnicos y demás miembros del cuadro de actores principales que pisan el césped cada partido) esta cerca de quedar destarifado por escapismo, ineptitud y deterioro sumo de su imagen pública ante todo el mundo.
A este Zaragoza solo lo pueden rescatar de las catacumbas sus jugadores, su equipo técnico y sus resultados en la liga. Y, en caso de que se consiguiera el ascenso en junio, ya se vería por dónde puede discurrir el devenir de la entidad, que hasta entonces va a llover un poco. Pero, sin ese ascenso en la mochila, el horizonte se puede aventurar ya mismo: el caos más absoluto y los riesgos más graves acecharían tras todas las esquinas.
Por eso, el 4-2 ante el Alavés es vida. Mucho más tras venir de la derrota de Alicante y el retorno al mar de dudas sobre todo lo que huela a Zaragoza. De nuevo se asciende a la antesala de la zona noble de la clasificación. De nuevo se cree en una reacción fuera de casa que permita el asalto a la cabeza. Algo que permitiría un sobresaliente empujón a la autoestima de todo el mundo. Sevilla, ante el filial sevillista, es la siguiente estación para intentar lograr ese gran paso.
Menos mal que todo esto ha de desarrollarlo el equipo, el entrenador. Menos mal que todo esto hay que hacerlo en el campo, nuestro único asidero en tan penoso caminar como lleva este Zaragoza de 2008. Porque, al menos ahí, hay vida. En el resto de flancos del club, ya se sabe: malos rollos, gente mal encarada, individuos desahogados que están dando sus coletazos de muerte, dirigentes escondidos por lo que pueda salpicarles desde fuera, distanciamiento progresivo de la realidad social de lo que queda del zaragocismo, episodios vergonzosos como la organización extemporánea del Trofeo Ciudad de Zaragoza-Memorial Carlos Lapetra en las últimas fechas... En fin, un proceso de abollamiento en el casco y la cubierta de la nave zaragocista que tiene difícil arreglo para sus patrones (mucha gente de peso está ya convencida de que ninguno).
Por eso, menos mal que hay vida en el equipo. Al menos, si eso funciona, el zaragocismo respirará mínimamente. Con dificultades, que para eso estamos en Segunda, ahogados por la deuda, en un callejón con escasa salida en el plano ambiental. Pero con un mínimo resquicio a la ilusión si el equipo se ubica donde debe y, por su propia inercia, puede devolver a la afición y a la ciudad al lugar donde le corresponde. Los del campo lo pueden hacer. Los demás, es más que dudoso.
15 de octubre de 2008
Menos mal que hay vida en el equipo
Publicado por Paco Giménez a las 13:17 1 comentarios
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