15 de octubre de 2008

Menos mal que hay vida en el equipo

La victoria 4-2 ante el Alávés demostró que el equipo tiene vida. Y esa es la única buena noticia procedente del Real Zaragoza en los últimos tiempos. Digamos que la única que verdaderamente interesa, la única que es indispensable para que el fútbol pueda seguir vivo en el futuro. El equipo no puede caerse, sus constantes vitales deben estar siempre dentro de unos mínimos de supervivencia en la clasificación, sin riesgo de tirar la temporada por la borda en ningún momento. Este dato fundamental debería ser siempre así en un equipo grande como es el Real Zaragoza que quiere volver cuanto antes a la elite. Pero lo es mucho más ahora mismo, cuando el envoltorio que rodea al equipo (entiéndase por equipo a jugadores, técnicos y demás miembros del cuadro de actores principales que pisan el césped cada partido) esta cerca de quedar destarifado por escapismo, ineptitud y deterioro sumo de su imagen pública ante todo el mundo.
A este Zaragoza solo lo pueden rescatar de las catacumbas sus jugadores, su equipo técnico y sus resultados en la liga. Y, en caso de que se consiguiera el ascenso en junio, ya se vería por dónde puede discurrir el devenir de la entidad, que hasta entonces va a llover un poco. Pero, sin ese ascenso en la mochila, el horizonte se puede aventurar ya mismo: el caos más absoluto y los riesgos más graves acecharían tras todas las esquinas.
Por eso, el 4-2 ante el Alavés es vida. Mucho más tras venir de la derrota de Alicante y el retorno al mar de dudas sobre todo lo que huela a Zaragoza. De nuevo se asciende a la antesala de la zona noble de la clasificación. De nuevo se cree en una reacción fuera de casa que permita el asalto a la cabeza. Algo que permitiría un sobresaliente empujón a la autoestima de todo el mundo. Sevilla, ante el filial sevillista, es la siguiente estación para intentar lograr ese gran paso.
Menos mal que todo esto ha de desarrollarlo el equipo, el entrenador. Menos mal que todo esto hay que hacerlo en el campo, nuestro único asidero en tan penoso caminar como lleva este Zaragoza de 2008. Porque, al menos ahí, hay vida. En el resto de flancos del club, ya se sabe: malos rollos, gente mal encarada, individuos desahogados que están dando sus coletazos de muerte, dirigentes escondidos por lo que pueda salpicarles desde fuera, distanciamiento progresivo de la realidad social de lo que queda del zaragocismo, episodios vergonzosos como la organización extemporánea del Trofeo Ciudad de Zaragoza-Memorial Carlos Lapetra en las últimas fechas... En fin, un proceso de abollamiento en el casco y la cubierta de la nave zaragocista que tiene difícil arreglo para sus patrones (mucha gente de peso está ya convencida de que ninguno).
Por eso, menos mal que hay vida en el equipo. Al menos, si eso funciona, el zaragocismo respirará mínimamente. Con dificultades, que para eso estamos en Segunda, ahogados por la deuda, en un callejón con escasa salida en el plano ambiental. Pero con un mínimo resquicio a la ilusión si el equipo se ubica donde debe y, por su propia inercia, puede devolver a la afición y a la ciudad al lugar donde le corresponde. Los del campo lo pueden hacer. Los demás, es más que dudoso.

8 de octubre de 2008

Primeros palos atravesados en las ruedas

La derrota en Alicante frente al Hércules ha detonado nuevamente el paquete del escepticismo. De poco han servido, moralmente, las dos victorias seguidas en La Romareda ante Elche y Murcia que, gracias a Dios, calmaron durante siete días los primeros vértigos de buena parte del zaragocismo y, de paso, dieron pie a la esperanza en reconducir el mal inicio del equipo. Ha sido un batacazo doloroso. De los que dejan marca. Otra vez los mismos errores. De nuevo los mismos lastres. Un día más, la misma imagen de vulnerabilidad.
Pero, según va avanzando paso a paso el campeonato, los argumentos, las circunstancias diversas que rodean siempre a un equipo y a una entidad tan grande y variopinta como es el Real Zaragoza, hacen que se vayan juntando en el tiempo varios asuntos de forma simultánea. Y, según soplen los vientos, las lecturas y/o consecuencias de los mismos tienen un cariz u otro.
La verdad es que a los rectores del club (en todas las áreas) se les ha amontonado una mala semana. Genera decepción -muchísima- el partido perdido en el Rico Pérez. Y dentro de esa burbuja, cuesta digerir para mucha gente el hecho de que 4 jugadores acaben con aparatosas lesiones musculares. Que Ewerthon caiga para un mes. Que los demás, aunque sus dolencias sean más leves, salgan del campo entre espasmos y gritos de dolor. Que incluso, con los cambios ya agotados, el equipo se quede con 10 (realmente con alguno menos, que también andaba renqueante).
Simultáneamente, la forzada disputa del Trofeo Ciudad de Zaragoza-Memorial Carlos Lapetra en día, hora y con rival anómalos, es otro de los resortes que provocan hilaridad entre el zaragocismo. Bien está que no se pierda su edición de 2008, hecho que hubiese sido lamentable y harto reprochable a la actual dirigencia de la entidad, pero otra que, perdida la oportunidad de ubicarlo en su lugar natural (la pretemporada estival), se coloque en un martes cualquiera, a una hora intempestiva (19.00) para una jornada laboral ordinaria y el adversario buscado en unas complicadas negociaciones (porque venir a jugar este bolo otoñal a coste barato no es del gusto de casi nadie) sea el poco llamativo Getafe.
A la vez, surge el problema para los directivos blanquillos de ubicar el partido de la 7ª jornada en La Romareda contra el Deportivo Alavés. El domingo 12, día del Pilar, es una fecha complicada en casi todas sus franjas horarias, por todos los actos festivos que hay en la ciudad. Pero el sábado 11, día elegido al final (a las 20.00), el efecto es muy parecido. Además, a las 20.45 juega la selección española partido oficial en Estonia (claro, como estamos en Segunda, los parones internacionales no nos contemplan y tenemos que coincidir con los equipos nacionales). Total, que otra buena parte del colectivo zaragocista eleva su queja al cielo y se augura una floja afluencia de público por motivos obvios.
Cuando los efectos del asunto de las lesiones van difuminándose por el paso de las horas, aparece el preparador físico del equipo, Ismael Fernández, y emite una serie de explicaciones en rueda de prensa que, lejos de aplacar las críticas o sospechas de las causas de esta epidemia, lo que acaba provocando es una reacción inversa. No parecen unos razonamientos aglutinadores sino, más bien, generadores de chispas con la plantilla. Sea como fuere, de su intervención destilan fricciones hasta ahora no valoradas dentro del seno de los protagonistas del vestuario y adyacentes.
Todo esto, por supuesto, como ya se venía adivinando hacía varias semanas, no hace sino acrecentar la graduación de las críticas al trabajo del entrenador por parte de un sector muy definido de la opinión pública. Los hechos, inevitablemente, lo han puesto en bandeja.
Así que, en una temporada tan complicada y crucial para el futuro del club como es esta en la que estamos, los últimos días han significado un marcado retroceso en la respirabilidad del medio ambiente zaragocista. Todo se ha puesto más denso. El aire ya no es tan puro. La virginidad del proyecto deportivo que encabeza Marcelino empieza a quedar atrás.
Solo los resultados, camino ya del primer cuarto de la liga, servirán de calmante o paliativo a estos primeros rasguñados serios. Como ya manifesté hace unos días en este blog, solo el fútbol va a ser capaz de sujetar este proyecto. Solo los futbolistas y el entrenador, los que están sobre la hierba cada 7 días, pueden aliviar el día a día de la entidad.Lo demás (y los demás) hace días que han perdido fortaleza y legitimidad a toneladas. Solo el balón, los goles, la clasificación y, por supuesto, el ascenso final a Primera, serán capaces de evitar -siquiera momentáneamente- el resquebrajamiento total de esta aventura del Real Zaragoza tras casi 77 años de vida.
Se percibe escondidos y agazapados al máximo a los Agapito, Bandrés y Herrera (éste no ha pisado La Romareda, en contra de su costumbre, en ningún partido de esta temporada en Segunda). Porquera no tiene cara, como Prieto o Bello (nunca fueron presentados, son elementos de peso en el motor del club aterrizados de forma clandestina). Y con este cuadro de mandos emparedados tras un tabique, sin que los rayos del sol zaragocista les den en la cara desde hace días, la única cara vista del actual Real Zaragoza son sus jugadores y su cuadro técnico-médico-físico. O sea, los que hacen el fútbol en los estadios y los campos de entrenamiento. En ellos está el devenir de esta entidad agujereada peligrosísimamente en el apartado económico y social.
Por eso, parece peligroso atravesar los primeros palos en las ruedas de este grupo de protagonistas. Si ellos fallan (y cierto es que es lo que está predominando por ahora), todo puede descarrilar sin demasiado arreglo final.
Así que, aunque las dudas crezcan de manera inevitable, aunque la coincidencia de circunstancias relativas al Real Zaragoza acabe causando reproches y críticas negativas en la mayoría de los casos y de la gente, aunque guste poco lo que se ve y se advierte tras las cortinas... recemos o imploremos porque el fútbol nos mantenga la boca por encima del agua. Si Marcelino, sus colegas y, claro está, los futbolistas, no alcanzan el mínimo exigible en tales condiciones... habría que pensar en dedicarse a la poesía, el teatro clásico o el cine de arte y ensayo.