A 24 horas del comienzo del partido del Real Zaragoza frente al Deportivo muchos zaragocistas es posible que advirtamos en algún recoveco de nuestro cerebro una extraña sensación de ansiedad. Es un sentimiento propio de las antesalas transcendentales de la vida. No quiero pecar de exagerado, pero es algo así. Con la llegada de mayo, al advertir que solo quedan dos semanas naturales de Liga, que al equipo solo le restan 4 partidos para intentar eludir el descenso a Segunda División que ahora mismo indica su clasificación, es natural que brote el nerviosismo entre quienes, de una u otra forma, sienten algo por esta historia del fútbol en Zaragoza. A solo 360 minutos para que se termine este triste campeonato 2007-08, y por más que uno intente estar frío y controle a más no poder sus reacciones, es natural que haya miedos. Muchos miedos inabordables. El fútbol es algo importante en la vida de mucha gente. Es algo que a nuestros bisabuelos les volvería locos y no entenderían. Pero, de un siglo a esta parte, el balompié ha pasado a ocupar grandes nichos de relevancia, no solo en el día a día individual de medio mundo, sino en los resortes económicos y sociales de infinidad de ciudades del planeta.
Por eso, un descenso a Segunda División como el que amenaza desde hace semanas al Real Zaragoza, en sus particulares y graves circunstancias económicas, políticas y empresariales, da verdadero pavor. El partido de mañana ante el Deportivo tiene un calado brutal, enorme, respecto del futuro de este tinglado en nuestra ciudad. Como lo tendrán (Dios quiera) el siguiente del miércoles en Valencia, el penúltimo ante el Real Madrid del próximo domingo, y el último y definitivo del día 18 en Mallorca.
Considero que nunca hasta estos momentos ha habido una recta final de liga tan decisiva y solemne como es esta para el Real Zaragoza. La supervivencia está en juego. El enfoque de un proyecto multimillonario, que excede lo puramente futbolístico o deportivo. Un fracaso de este calibre no se sujetaría bajo ningún concepto y el devenir de los acontecimientos es imposible de dibujar ahora mismo, no tiene cara concreta.
En esa nebulosa de temores, una docena de popes no viven desde hace días. Y miles y miles de aragoneses y zaragocistas tampoco, aunque los motivos de ambos grupos sean bien diferentes. Estos últimos, porque no conciben que su equipo de toda la vida vuelva a dar con sus huesos en Segunda División el año en el que se ha hecho la plantilla más cara de la historia dentro de un proyecto que vendió ilusión a toneladas (sin ningún cimiento, por lo que luego se ha visto). Y los primeros, porque los planes macroeconómicos que han rodeado a esta iniciativa difusa desde el primer día podrían sufrir un revolcón indigerible, insostenible, injustificable de cara a los grandes núcleos del poder de esta comunidad autónoma.
Así que, cuando ya se ve el final del camino, cuando las cuentas empiezan a no salir, cuando se aprecia que la tarea que hay que sacar adelante es una montaña infinita de dificultades, el cerebro empieza a emitir señales de pánico que, como sea, habrá que superar (especialmente los que se visten de corto y juegan los partidos en el campo).
Así, creyentes y no creyentes, se alivian inconscientemente a través de un hilo invisible de fe, que no se sabe bien de dónde surge, pero que mantiene viva la llama de la esperanza de que, al final, el Real Zaragoza, dentro de dos semanas, logre su salvación y no caiga a la Segunda División.
Ahí estamos. Mañana, en La Romareda, haremos una puesta en común de nuestros sentimientos.
2 de mayo de 2008
Nerviosismo, miedos... y una profunda fe invisible
Publicado por Paco Giménez a las 21:58
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2 comentarios:
Mensaje de administración para Víctor, que ha enviado un comentario al último blogg. Por un problema técnico, no ha podido ser incluido en la publicación. Si fuera posible, nos gustaría volver a recibirlo para poder darle salida.
Esta era la única combinación solvente en defensa: Zapater, Fernández, Ayala, Paredes. Faltando uno, ante la falta de recambios competentes, la defensa se vuelve un coladero.
Hasta ahora nadie la puso en práctica, por lesiones de Ayala y Sergio y las tarjetas omnipresentes.
Ahora para Valencia, otra vez la precariedad. Por no fichar bien.
Pavón, Luccin y, sobre todo Gabi, no tienen cabida en el equipo. Son frivolidades del imcompetente ciego que los trajo.
No hemos conseguido nada todavía. Puntuar en Valencia ahora que este equipo está crecido y nosotros menguados por tarjetas parece otro imposible. Demasiadas muestras hemos dado fuera. El árbitro colaborará todo lo posible, como últimamente. Hay que ser realista.
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