Qué difícil es establecer el equilibrio futbolístico respecto del equipo de tus amores en momentos como los que concurren en estos momentos en el Real Zaragoza. Da igual el papel que desempeñe cada uno de los protagonistas. Es lo mismo ser un anónimo seguidor, que un febril forofo, que un veterano abonado, que un pausado accionista, que un analista por obligación periodística, que un dirigente con cara y nombres públicos, que un futbolista de la plantilla profesional que está al borde del descenso, que un político de alto rango de la comunidad autónoma, que un empresario de la construcción que observa el balompié con las ansias propias de su capacidad inversora, que...
No importa el rol, ni el grado de implicación que cada uno tenga en el negocio en el que se ha ido convirtiendo el mundo del fútbol con el paso de las décadas. Da igual que alguien lleve 70 años yendo a ver a tu equipo cada domingo. O 60; o 50; o 40; o 30; da igual que sean 20 los años de veteranía, o que sean 10; es lo mismo que, como en el caso de algún pope del presente, su zaragocismo haya surgido en la madurez y hace solo año y medio.
Al final, para todos los componentes de este heterogéneo grupo de interesados por el presente y el futuro del Real Zaragoza, es muy complicado actuar con calma y mesura cuando se ve tan cerca un fracaso estrepitoso que puede matar a la entidad y que podría romper con muchísimas décadas de esfuerzos, ilusiones, sueños, romanticismos, risas, llantos, emociones y mil sentimientos más que son personales e intransferibles de cada uno de los zaragocistas vivos y de los que ya murieron.
Amar en tiempos revueltos (gran título de novela televisiva que jamás vi) siempre ha implicado inconvenientes y trabas propias de un conflicto con efectos secundarios. Cuestiones de ideologías, de intereses económicos, de fracturas sociales, de peleas familiares... se inmiscuyen en el camino principal del amor entre dos elementos. En este caso, no se trata de una pareja, sino de un equipo de fútbol y cualquiera de sus miles de simpatizantes que viven en Aragón o en la periferia.
Cuesta escuchar y leer opiniones de algunos de ellos (ha ocurrido esta semana, en las últimas 72 horas), fruto del desencanto provocado por el desastre generalizado que está siendo el último año, en las que afirman que "ojalá bajen a Segunda para que quienes mandan se vayan y queden señalados como verdaderos culpables". Uno piensa que eso no se puede decir con absoluto convencimiento y que, más bien, es consecuencia de un hastío brutal que, a los más débiles de personalidad, a los más resabiados, a los más contrarios al poder establecido por cuestiones que se refieren a los "tiempos revueltos" que se viven en el club tras la marcha de Soláns, les abocan a situarse en un estadio límite que traspasa la frontera del amor y el desamor, esa que -dicen los expertos- está separada solo por un paso.
En el desencanto global, surgen las algaradas, las protestas sonoras, los insultos, las pañoladas. También las acusaciones en distintas direcciones. Todo el mundo quiere ser el más zaragocista del universo, muchos intentan marcar el baremo de qué es ser zaragocista y qué es no serlo en estos momentos. Aparece un fantasma sobre las cabezas de miles de amantes del equipo que pretende salvaguardar su cariño a la entidad pese a que el cuerpo y la mente les incite a la dura crítica y a pedir dimisiones y destituciones para saciar su hambre de justicia por tanto destrozo como se está haciendo con su equipo y con su masa social.
Es tiempo en el que proliferan las discusiones, los cruces de palabras, los enfados, las palabras retiradas, los escasos aguantes ante opiniones que chocan con la propia.
Es, en definitiva, el colofón a una crisis lenta pero inexorable que, como ha pasado varias veces a lo largo de los 75 años de historia del Real Zaragoza, terminará en catarsis tarde o temprano.
Y para ello, a pesar de lo que digan los más escorados en sus sensaciones a flor de piel tras el 0-3 del domingo ante el Betis, no hará falta que el equipo baje a Segunda. Otras veces, y esta es muy posible que también, el equipo se ha salvado in extremis y el legrado interno ha llegado por obligación. Simplemente porque, lo que quede de proyecto, tendrá credibilidad cero. Nada de nada. Ni como entidad, ni en cada uno de sus protagonistas.
Por eso, aunque amar en tiempos revueltos al Real Zaragoza sea harto complicado, habrá que intentar hacer un esfuerzo común por mantener la calma, la distancia de seguridad con el de al lado y la mesura en las palabras durante los 40 días que restan de Liga y soñar en que, a partir del 19 de mayo, la paz, la justicia y la reconstrucción de lo que quede se pueda seguir haciendo en Primera.
9 de abril de 2008
Amar en tiempos revueltos
Publicado por Paco Giménez a las 18:51
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Es cierto que se pasa mal y la afición se enfada, pero eso solo dura la tarde del partido perdido.
Aunque, con tu equipo estas toda la vida, por que así te educan y así lo sientes dentro del corazón.
Basta ya de presiones y sentir la sangre de los heroes que luchan hasta el final y siempre son recordados, dejando esparcida la grandeza que con el tiempo vuelve a resurgir.
¡VIVA EL ZARAGOZA!
Publicar un comentario